Omnia mutantur, nihil interit.

Sepelio


Espectros grisáceos suscitan en mí cierto recelo de lo que estoy viviendo, y no tardo en gestar cierta expectativa medrosa sobre lo que podría ocurrir.

Opacado, como si de repente estuviera vistiendo ropas de apariencia nefasta, me encuentro circundado por alguna tela hecha jirones, ya despojada de toda cualidad orgánica.

A sovoz, un murmullo melifluo, pero no familiar, me provoca el deseo aciago de querer zafarme de las inesperadamente crecientes extremidades andrajosas, que se extendían con la intención de ocupar el eterno vacío que me separa del mundo. Ironía es identificar a la muerte con lo inerte, cuando unos segundos más tarde estás intentando no sucumbir lentamente ante el decurso desenfrenado de volverte parte de un harapo.

Estoy envuelto, y no dentro de un pulóver. Inerme ante la sofocante monotonía del óbice extendido, no tengo más opción que encerrarme en la desventura de darme esperanza y llenarme de vigor. Inútilmente, logro minúsculos movimientos que apenas demuestran voluntad. Desisto al esfuerzo físico, y procuro deponer de ánimo a mis músculos.

Intento amainar mis miedos con incrédula vehemencia psíquica, pero sólo consigo realzar el murmullo y conturbarme. ¿Cómo callo a alguien dentro mío si sólo existo en pensamientos?

Adquiriendo resonancia, el murmullo estaba abandonando su condición de susurro. Escucho fonemas, pero no logro interpretarlas; difusas, aunque contundentes, horadan mi pobre audición. El último sonido fue una voz clara. Me desconcierta. No sólo se sintió cercano, sino propio.

Estoy perdiendo ante la demencia, y valerme de los sentidos ya no es una opción.

La pérdida de estímulos convergió a un solaz soporífero, un lacónico recreo de la torva habitual; un descanso de la plétora de señales, no siempre alicientes, que lo habían estado acompañado desde su primer encuentro con la amargura.
 

Había estado experimentado paz, secuela sucinta del olvido, por primera y, quizás, última vez. Y es que al finalizar la vorágine, ya no había en él recuerdos, prejuicios, ni ideas, y sin ellos el olvido no tiene razón de ser.

Los recuerdos extraídos fueron custodiados por el lienzo, que actuó como albacea hasta que la muerte reclamó lo que le pertenecía por derecho. Y habiendo librado a aquel humano del martirio mundano decidió, al igual que con los otros, que su cuerpo permanecería en donde estaba, puesto que la materia no se destruye.




¡Hola! Gracias por leer 😊.

Toda esa aglomeración de palabras raras es el resultado menos fallido de mis intentos, y frustraciones, al volver a escribir.

Siendo sincero, era de esperarse la inseguridad que iba a sufrir al terminar cada oración, ya que durante casi tres años lo único que escribí -y ni siquiera en su totalidad- fueron informes.

Espero obtener muchas críticas y recomendaciones, porque creo que es el modo más auténtico de formar un criterio. También anhelo, casi contradictoriamente, que el cuento sea digerible.

Comentarios

  1. La verdad aprendí varias palabras que no conocía pero me gusta la forma en que esas palabras son justo las que se necesitan. Me encantó <3

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias por pasar por este blog y tomarte el tiempo de leer! :) Un saludo

      Eliminar

Publicar un comentario

Entradas populares