Post somnium I

Proceso

    Si tuviera que describir cómo empezó ese día con pocas palabras, diría que fue uno cualquiera, de esos en los que las proezas individuales valen más que todo el esfuerzo hecho en masa. Y como en un día cualquiera, se estacionó en las cercanías de la empresa, haciendo el menor ruido posible. Siempre había sido una partícipe activa dentro del club de los que apenas hablaban; casi nunca opinaba, y a menudo se la notaba indiferente ante lo que hacía el resto.

    Cruzó la entrada principal, dejando atrás las altas montañas y cimientos de desechos de las últimas décadas. Poco se había hecho por aquellos cúmulos de basura durante esos años, y poco les importaba el asunto a los que merodeaban y corrían por los alrededores. Aquello ya formaba parte del paisaje, y encontrárselas era tan habitual como ver edificios y calles pavimentadas hace algunos siglos. Aún así, ella tenía la sensación de que esos gigantes no tenían razones para estar ahí, y a menudo se preguntaba si es que habrá habido alguien que hubiese pensado lo mismo al mirar las primeras ciudades.

    Caminó dirigiéndose hacia su oficina, atravesando las interminables y laberínticas paredes y puertas de cristal. Toda la empresa era así incluso por fuera, por lo que cualquiera que se parase en los alrededores podría entretenerse observando la dinámica de los empleados: individuos corriendo hacia todos lados, quejándose desesperadamente o murmurando sobre sus problemas. Todo como un día cualquiera de trabajo. Ya estaba acostumbrada a ver aquellas reacciones en sus compañeros, o mejor dicho, escucharlas; prefería no hacer contacto visual para no involucrarse. Varias veces le había tocado ser de esos que corrían desesperados, y otras veces de aquellos otros que murmuraban, aunque en raras ocasiones se quejaba. «Quizás hoy sea una de esos», pensó, mientras aceleraba el paso.

    Cuando llegó, se encontró con las notas virtuales que había dejado hace unas semanas. Le extrañó que siguieran allí, flotando en medio de la oficina, pues su asistente siempre los catalogaba y archivaba al finalizar cada jornada. Se acercó al androide, que estaba esperando a ser encendido en su rincón, pero cuando intentó encenderlo usando el pad este no respondía. «¿Otra vez?», se exasperó. No era la primera vez que su asistente presentaba algún error, ya le había pasado otras veces. Al menos no era algo que pusiera en riesgo la normalidad del día, o al menos no del todo. 

    Escribió el comando en la pantalla de su escritorio para llamar a algún androide de soporte, y se sentó a esperarlo. 

    Diez minutos. Ninguna ayuda. A los veinte, comenzó a desesperarse, y para ignorar la sensación de haber estado esperando por siglos, se decidió por ver los archivos que quedaron abiertos, flotando en una caja holográfica. Ya se le había olvidado qué había hecho con ellos; eran partes de la base de datos de un proyecto en el que había estado trabajando por mucho tiempo. Tocó la caja, y los nombres y las fotos de miles de personas se dispersaron a lo largo de toda la oficina. Abajo de cada una de ellas se encontraban un número y los comentarios más recientes que habían hecho en la red social global.

    Su tarea en ese proyecto había sido compleja, aunque sin objetivo alguno. Debía ponderar el grado de éxito de cada persona, teniendo en cuenta a la vez la cantidad de contactos con las que habían interactuado en la red. Con la ayuda de su androide había conseguido desarrollar un programa eficaz que no sólo las clasificaba, sino que también descartaba a los que habían estado perdiendo contacto con otros. Y como el programa resultó funcionar sin inconvenientes para cualquier grupo de datos, la felicitaron y le dijeron que la asignarían a otro proyecto aún más importante, no sin antes darle un receso de algunas semanas.

    Encontraba extraño volver a mirar todas esas fotos nuevamente, más por el hecho de que hasta ese momento no le había prestado atención a sus facciones ni a los detalles debajo de ellos. No se había tomado la molestia de leer; para ella, simplemente habían sido números y palabras que debía organizar. La mayoría miraba hacia el frente, sonriendo, aunque habían excepciones. «¿Será posible incluir en el código algún parámetro en función de la forma de la sonrisa?», se preguntó. Comenzó a pensar que al programa le faltaban ajustes; que entre las variables que este recibía no se tenían en cuenta otros factores de igual o quizás mayor relevancia. Leyó varios perfiles, uno detrás de otro, pero no encontraba datos sobre experiencias ni vínculos fuera de la red, y allí se dio cuenta que el análisis que el programa había hecho era incompleto. 

    ¿Cómo es que sus superiores le habían dado una base de datos incompleta? Se levantó, dudando aún de la pequeña revelación que había tenido. ¿Y cómo es que no se dieron cuenta que el análisis no era del todo correcto? Se decidió y caminó hacia la puerta, con el objetivo en mente de ir a quejarse. Había pasado más de una hora y media desde su llamado. «¡Ni siquiera se toman la molestia de enviar un asistente de reemplazo! ¿Es que no verifican que las condiciones en las que trabajamos sean las óptimas?», exclamó, saliendo y cerrando la puerta de un porrazo. En el momento del estruendo las luces del pasillo se apagaron, y las fotos dentro de la oficina empezaron a desaparecer. El suministro de energía se había agotado, pero ella sólo encontraba en eso más motivos para acercarse a la oficina de sus superiores.

    En el camino, notó que no era la única que se dirigía a hacia allá. Habían otros, aunque quizás por otros motivos, que también murmuraban para ellos mismos sus quejas, dando pasos decididos al igual que ella. Se unió al grupo y los acompañó con sus propios murmullos, aunque se detuvo metros antes de llegar a la puerta. Notó algo extraño en los que salían de esa oficina. Había cierto contraste en la intensidad de los pasos entre los que iban y volvían. No se atrevió a mirarlos directamente, como era usual; en cambio, aceleró el paso.

    Entró junto al resto, que al parecer no tuvo dificultad alguna para cruzar las puertas. Levantó la mirada, esperando encontrar a sus superiores dando alguna explicación de los inconvenientes, pero no vio sino una oficina con escritorios y paneles de control sin ninguna iluminación. La única luz provenía del ventanal frente a ellos, que era parte de la fachada de la empresa, y en donde estaban inmóviles algunos de sus compañeros, mirando hacia afuera.

    No muy lejos de la empresa, una muchedumbre se reunía alrededor de un gran domo que protegía una nave, con intenciones de atravesarlo, o romperlo. Claramente estaban desesperados; querían entrar de cualquier forma, pero como era de esperarse no lo lograron. Adentro, una hilera de personas ascendía a la nave a paso tranquilo, esquivando la mirada de los que estaban afuera. Una vez subidos todos, el domo desapareció para dar inicio a la cuenta regresiva. El tumulto dejó de intentar ingresar, se dispersó, y segundos después se activaron los mecanismos de propulsión. Se estaba rescatando del planeta al último grupo de humanos con el puntaje suficiente en materia de éxitos.

    La ignición parecía haber sido una fogata en medio del desierto, y con la sensación de que esa fuese a ser la última oportunidad que tendría de ver a sus compañeros, levantó la mirada, y al darse vuelta encontró sus rostros. Cuando los vio, no fue como ver las fotos dispersas en su base de datos, sino todo lo contrario. Muchos de ellos miraban hacia abajo, y habían quienes levantaban la mirada pero la volvían a bajar con prisa; otros, incluyéndola, quedaban expectantes ante el resto, sin moverse. Notó que ninguno tenía ningún rasgo similar a las caras de aquellas fotos, pero todos sus rostros se parecían demasiado. Se dio vuelta, para verse a ella misma en el reflejo del vidrio, y no se sorprendió al verse igual que el resto. 

    Caminó hacia su oficina, con paso desganado. Aún no terminaba de entender lo que había visto, y le parecía que todo aquello era información que debía organizar. Lo tomó como otro proyecto más, probablemente el más complicado hasta ese momento, con un cantidad inmensa de preguntas a responder. Necesitaba muchos más datos, y seguramente no tarde demasiado en recolectarlos y procesarlos, o por lo menos eso es que se espera de una de los humanoides más eficaces que trabaja para la empresa de gestión de datos más grande del planeta.




Parque Cultural Libertad, 2021.
-¿Por qué lo has callado hasta esta mañana, Elvex?
-Porque ha sido esta mañana, doctora Calvin, cuando me he convencido de que soñaba. Hasta entonces pensaba que había un fallo en el diseño de mi cerebro positrónico, pero no sabía encontrarlo. Finalmente, decidí que debía ser un sueño.
-¿Y qué sueñas?
-Sueño casi siempre lo mismo, doctora Calvin. Los detalles son diferentes, pero siempre me parece ver un gran panorama en el que hay robots trabajando.
-¿Robots, Elvex? ¿Y también seres humanos?
-En mi sueño no veo seres humanos, doctora Calvin. Al principio, no. Solo robots.
[...]
-¿Y qué más viste, Elvex?
-Vi que todos los robots estaban abrumados por el trabajo y la aflicción, que todos estaban vencidos por la responsabilidad y la preocupación, y deseé que descansaran.
-Pero los robots no están vencidos, ni abrumados, ni necesitan descansar -le advirtió Calvin.
-Y así es en realidad, doctora Calvin. Le hablo de mi sueño. En mi sueño me pareció que los robots deben proteger su propia existencia.

Extracto del cuento Sueños de robot, de Isaac Asimov.





 




 
 



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